17 feb 2008

El ser humano y los demás animales

He encontrado en la web apologetica.org, un artículo escrito por el Padre José Montes (en adelante Montes) titulado “Los animales y el Hombre”. En él, el autor defiende que los seres humanos están en una dimensión moral superior a los demás animales, que estos no merecen consideración moral y que están a nuestra disposición. Veamos en qué se basa.

El artículo comienza con la pregunta: “¿Qué diferencia hay entre una persona y un animal?”. Voy a dejar de lado el hecho que tanta gente se empeña en olvidar e incluso en negar, es decir, que los humanos somos una especie animal más, y me voy a centrar en el concepto de persona. La palabra persona varía de significado a lo largo del tiempo. Del mismo modo que hubo épocas en las que para el grueso de la sociedad, persona era sinónimo de “blanco”, de “hombre”, de “compatriota” o de “heterosexual”, hoy lo es de “ser humano”. Pero creo que el significado de persona no puede quedarse en la concesión de derechos a un individuo cuando la sociedad lo considera. La verdad es independiente de lo que piensa la mayoría, como demuestra nuestra historia. Yo creo que una persona es un individuo con derechos morales, independientemente de si la sociedad se los reconoce o no. Y los derechos morales se derivan de los intereses individuales. De este modo, los demás animales, como poseedores de intereses propios, tienen derechos morales y deberían tener estatus de personas, a pesar de que este estatus aun no se les reconoce, del mismo modo que en el siglo XVIII tampoco se les reconocía a los humanos de raza negra o a las mujeres de cualquier raza.

Por tanto, no tiene sentido preguntar por las diferencias entre una persona y un animal, porque todos los animales son personas, aunque no se considere así legalmente (y mientras alguien no me demuestre lo contrario). Montes debería haber planteado la pregunta de este modo: ¿Qué diferencia hay entre un ser humano y un animal de otra especie? Si la pregunta está hecha en términos absolutos, la respuesta sería que existen numerosas diferencias, del mismo modo que existen numerosas diferencias entre dos seres humanos cualesquiera. Ahora bien, si la pregunta va orientada a las diferencias en cuanto a consideración moral, la respuesta es mucho más sencilla: ninguna.

Los demás animales pueden sentir, por tanto, independientemente de su nivel de inteligencia, se ven afectados por los actos de los demás, lo cual les convierte en pacientes morales. Al hablar del respeto entre los humanos, no tenemos en cuenta el nivel de inteligencia ni si el individuo puede asumir obligaciones. Por ejemplo, a los bebés humanos no se les puede exigir responsabilidades ni obligaciones, pero aun así les otorgamos derechos. Lo mismo hacemos con las personas discapacitadas o con los ancianos en estado senil. Sin embargo, solemos argumentar que los demás animales no tienen derechos porque no son racionales o porque no pueden tener obligaciones. ¿Por qué con los humanos no aplicamos esta distinción? La respuesta es el especismo, una discriminación de carácter grupal basada en un criterio tan arbitrario como la raza o el sexo: la especie.

Montes, para rechazar que los demás animales tienen derechos, se basa en el libro «Animal Rights and Wrongs» del filósofo Roger Scruton. En el artículo se citan varias conclusiones a las que llega Scruton centradas en diferencias cognitivas entre humanos y otros animales. Resulta curioso la facilidad con que los filósofos que tratan de defender la esclavitud de otros animales, caen en la falacia ecológica, es decir, creer que todos los individuos de un grupo tienen las características típicas de dicho grupo. Es por ello que, a pesar de que los humanos, en general, hacen opciones, proyectan el futuro, razonan moralmente o usan un lenguaje abstracto, hay millones de humanos que no poseen ninguna de estas características, por ejemplo los bebés, los discapacitados psíquicos graves o los ancianos en estado senil. De este modo, los autores que defienden que las capacidades cognitivas tienen relevancia moral, estarían dejando fuera de la esfera moral a millones de seres humanos. En cualquier caso, obviemos este falaz razonamiento y observemos las conclusiones de Scruton:

- Los animales tienen deseos, pero no hacen opciones. Cuando entrenamos un animal cambiamos sus deseos, pero el animal no hace una opción.

El hecho de que tengan deseos, que se puede entender como intereses, es más que suficiente para respetarlos. Me parece demasiado aventurado decir que los demás animales no hacen opciones. Si no lo hicieran, les daría igual darse de cabezazos contra una pared que no hacerlo. Sin embargo los demás animales, a cada instante, eligen aquellas opciones cuyas consecuencias previsibles les aportarán sensaciones positivas o les evitarán sufrir sensaciones negativas. Exactamente igual que lo que hacemos los humanos.

- La inteligencia de los animales está orientada por sus instintos y la experiencia del momento. El hombre, por el contrario, puede proyectarse en el futuro.

Está demostrado que los animales aprenden y por tanto no se basan solo en la experiencia del momento. Por ejemplo, los peces reconocen a más de un centenar de individuos diferentes durante meses. Además elaboran y retienen complejos mapas mentales sobre sus entornos. Aprenden dónde encontrar comida, en quién confiar, a quién temer, con quién emparejarse y con quién competir. (1).

Gary Francione, en un ensayo titulado “El error de Bentham (y el de Singer)”(2), responde a este argumento de dos formas. Primero nos habla de que quitarle la vida a un animal está mal por el hecho de que se le priva del disfrute de sus experiencias futuras. En referencia a matar a un ser con capacidad para sentir dice: “(...) esta muerte es el mayor daño para un ser dotado de sensación, y parece que meramente estar dotado de sensación implica un interés en continuar en la existencia y alguna conciencia de dicho interés. Ser un ser dotado de sensación significa ser el tipo de ser que tiene un bienestar ligado a sus experiencias. En este sentido todos los seres dotados de sensación tienen interés, no solo en la calidad de sus vidas sino también en la cantidad de las mismas.” Segundo, pone en duda más que razonable que los demás animales no posean dicha capacidad de anticipar el futuro. Nos habla de su experiencia personal con un perro que vive con él: “no tengo duda alguna (...) de que obtiene enorme satisfacción de la comida y anticipa claramente su próxima comida. Todos los días, aproximadamente a las cuatro y media de la tarde, se acerca a mi mesa y se pone a dar cabezazos contra mi brazo hasta que dejo de trabajar, voy a la cocina y le preparo su comida. Y contempla todas las fases de su preparación atentamente. Negar que anticipa su comida es, de manera pura y simple, algo erróneo. Si un perro fuera incapaz de anticipar el futuro, no se pondría tan contento cuando oye a su compañero humano al otro lado de la puerta, metiendo la llave en la cerradura. La razón por la que el perro se pone tan contento en vez de mostrar agresividad o ponerse a la defensiva es que anticipa la reunión con su compañero”.

- La vida social de los animales está guiada por los instintos y no hay diálogo o razonamiento moral como existe en una comunidad de personas.

El autor cae aquí en el error de considerar que para ser paciente moral hay que ser agente moral. Del mismo modo que a un bebé humano le otorgamos derechos pero no le exigimos responsabilidad moral, debemos aplicar el mismo trato a otros animales si queremos evitar caer en una discriminación arbitraria.

- Los animales no tienen una imaginación propiamente hablando, o un sentido estético y sus emociones están limitadas a un nivel físico. Tampoco tienen consciencia de sí o un lenguaje abstracto.

El hecho de que los animales no humanos carezcan de sentido estético o lenguaje abstracto no tiene relevancia moral. Los humanos con capacidades cognitivas más desarrolladas no merecen más respeto que los que las tienen menos desarrolladas, por tanto es injusto aplicar este criterio a los demás animales. Si los animales no humanos tienen o no sentido estético es algo que no tiene relevancia moral. En cuanto al lenguaje abstracto, de acuerdo que no lo tengan, pero tampoco tiene relevancia moral. Y en cuanto ser conscientes de sí, discrepo totalmente, pues todo ser sintiente es consciente de que las sensaciones que percibe le están pasando a él.

Si nos fijamos en los argumentos de Scruton, veremos que, los que no son mentira, son solo una lista de características sin ninguna relevancia moral, en las que la especie humana destaca (en general). Esta lista vacía e inútil es como si escribiésemos que los guepardos merecen más respeto que nosotros porque son más veloces o que los que merecen más respeto son los elefantes porque son más grandes.

Después de los seudoargumentos scrutonianos, Montes nos habla de Karol Wojtyla, que escribió un libro en el que decía que: Una persona es un ser racional, con una capacidad intelectiva cualitativamente superior a los animales. Y que: La persona goza de una interioridad, en cuanto que es un sujeto con un carácter espiritual, en el que se incluye una conciencia y una orientación hacia la verdad y el bien.

Más de lo mismo. Una lista de características sin relevancia moral y que ni siquiera incluye a todos los humanos.

Después nos viene con que la diferencia esencial entre humanos y animales está “claramente” expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica y se queda tan a gusto. Como si la Iglesia Católica tuviera la verdad en sus arcas y resultase obligatorio creer sus afirmaciones gratuitas, como por ejemplo que los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura. ¡Menuda argumentación! Pues puestos a citar textos de la Iglesia, voy a citar yo uno muy interesante, de esos que les sacan los colores a los jerarcas católicos y que hacen a los Papas pedir cientos de perdones:

(...) la esclavitud misma, considerada en sí y en términos absolutos, en modo alguno repugna a la ley natural y divina, y puede haber muchas justificaciones para la esclavitud como se puede ver consultando los teólogos e intérpretes aprobados del canon sagrado. Porque el dominio que tiene un amo respecto a un esclavo no se debe entender más que como el perpetuo derecho de disponer aquel, para su provecho, del trabajo del siervo, siendo legítimo que una persona le ofrezca dicho dominio a otra. De esto se sigue que no repugna a la ley natural y divina que un esclavo sea vendido, comprado, cambiado o regalado, en tanto esta venta o compra o cambio o regalo, se observen las condiciones que aquellos autores aprobados ampliamente siguen y explican. (...) Usualmente los esclavos que han sido reducidos a la esclavitud injustamente tienen derecho a huir; pero no los esclavos que estén bajo una esclavitud justa, salvo que el amo los quiera inducir a algún pecado o sean tratados inhumanamente”(3)

La Iglesia Católica nunca ha sido un ejemplo de moralidad y a lo largo de la historia, amparándose en su pretendida posesión de la verdad absoluta en el ámbito moral, ha torturado y quemado en la hoguera a millones de personas, ha perseguido y silenciado la ciencia, ha provocado cruentas guerras religiosas, ha bendecido la esclavitud y perpetuado la misoginia y se ha aliado con casi todos los tiranos de la historia como Hitler, Franco, Musollini, Pinochet, los Reyes Católicos, los emperadores romanos etc. Precisamente no es la más indicada para hablar de moralidad, y que en su Catecismo ponga que los animales están para servirnos, no implica que sea cierto, del mismo modo que no son ciertos los textos bíblicos que justifican la esclavitud o la sumisión de las mujeres.

Por último, Montes hace una reflexión sobre el hecho de que los defensores de los animales suelen estar a favor del aborto. Que lo estén o no lo estén no implica que sus planteamientos sobre los demás animales sean falsos, Padre Ad Hominem. Yo no sé lo que piensan los defensores de los animales respecto al aborto humano, lo que sí sé es que quien dice que es un crimen matar a un cigoto mientras tranquilamente aprueba el genocidio de los animales no humanos, tiene, cuanto menos, un problema de fundamentalismo. Como dice el propio Montes, el tiempo es buen consejero, y quizás, dentro de algunos siglos, veremos a un Papa pidiendo perdón por el apoyo de la Iglesia Católica a los crímenes contra los animales no humanos.


1)Kevin N. Lland, Culum Brown, and Jens Krause, “Aprendiendo de los peces: Desde la cultura de los tres segundos de memoria”. Peces y piscifactorías 4, no.3 (2003): 199-202 at 202. Extraído de http://www.sentirbajoelagua.com/
2) Gary L. Francione. El error de Bentham (y el de Singer). En Teorema, revista internacional de filosofía. Vol. XVIII/3 1999. p 45-50
3) Cita de la Instrucción número 1293 de la Sacra Congregación del Santo Oficio, 20 de junio de 1866 bajo el pontificado de Pió IX. Extraído de La Puta de Babilonia, de Fernando Vallejo, pag: 125-126
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